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Llegamos al taller de Otero, donde nos recibe mientras se limpia de las manos los restos de color de una de sus últimas obras. El espacio es pequeño y las pinturas numerosas, y en las paredes cuelgan pinturas de su obra iniciática envolviendo una fotografía de su abuelo en actitud cómica. Mientras aparta lápices de color de la mesa, aprovecho para fisgonear la estantería donde, entre cuatro libros de arte, descubro un enorme volumen sobre anatomía.
¿Cómo decidiste dedicarte al arte? Nunca lo has estudiado académicamente.
No, estudié un módulo superior de sonido y vi rápidamente que eso no era lo mío. No podría trabajar para otros, me estreso y no puedo soportar órdenes. Hace unos diez años decidí dedicarme a esto, a pintar. Es lo que me hace feliz.
Y ¿cómo aprendiste a pintar?
Empecé copiando y aprendiendo en base a referentes, pero llega un momento en que te absorben. Entonces aprendí a desprenderme de ellos y quedarme con lo que admiro de cada uno. Ahora, por ejemplo, estoy probando el color rosa, es algo que descubrí en Lucian Freud.
Aunque el talento es importante, no sólo de copiar vive el pintor.
El talento sólo en parte, el esfuerzo es lo más importante. Lo que hacía al principio era mediocre, era una obra más intuitiva, plana y neutra. Desde que empecé a trabajar en el taller voy avanzando rápido, porqué en él trabajo jornadas muy largas; dedicarle muchas horas te permite encontrarte con tus obsesiones, no paro de pensar en lo que tenga en ese momento en la cabeza, le doy vueltas, experimento y pruebo.
Hace tiempo que no pintabas óleos, pero en tu próxima exposición en Artevistas podremos ver algunos que has pintado últimamente.
Llevaba dos años sin pintarlos, ahora estoy trabajando en óleos que se parezcan más a las acuarelas, que no sean planos, lo hago trabajando por capas de color. Estuve tiempo sin hacerlo porque necesitaba pintar con acuarelas: son más rápidas, con el óleo si te pasas se te va el cuadro. Además la textura de la acuarela es más transparente, el óleo es más duro.
Pero podríamos decir que tus cuadros son duros.
Es verdad que busco el lado oscuro y mis cuadros muestran dolor. Me gusta encontrar ese lado de la gente, la felicidad se muestra más abiertamente, pero si te pones a mirar a alguien lo acabas encontrando, en gestos, en miradas… siempre lo acabas encontrado. De hecho estar solo frente a todos los cuadros puede dar miedo si te metes en ellos, si te sientes reflejado. Pero lo que más tienen es ternura.
¿Por qué los protagonistas de tus obras siempre son mujeres?
No me siento atraído por el cuerpo masculino, tiene facciones más duras y siempre acaba saliendo algo que no acaba de ser lo que quiero transmitir. Aunque sí me atrevo con los autorretratos. La mujer es más dulce, lo que me permite un contrapeso en la obra. Además representa un reto porque creo que el hombre es más transparente, las mujeres se quedan más cosas dentro.
Y los niños, ¿no tienen ese lado?
(Ríe mientras señala un pequeño lienzo de su sobrino) Yo veo a los niños como personitas felices.
El jueves podremos ver buena parte de tu obra en la exposición Pretéritas, ¿porqué Pretéritas?
Es un nombre que no dice nada, pensado para no condicionar al público. Pinto para mí y van a pasar a alguien que los disfrute, por eso cada uno debe ser libre de descubrir en ellos su propio discurso.
Nos has contado muchas cosas de tus obras, pero ¿nos cuentas un secreto?
Si te lo cuento no sería un secreto.
¿Y un sueño?
Poder llegar a entender a la gente.
Entrevista: Sara Ramón
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